lunes, 9 de diciembre de 2013

La sensación sentida

Amae


En su primer viaje a nuestro país, el psiquiatra japonés Takeo Doi vivió
una situación un tanto embarazosa el día en que, visitando a una persona a la
que acababan de presentarle, su anfitrión le preguntó si tenía hambre, agregando
Creo que tenemos un poco de helado .
En realidad, Doi tenía hambre, pero se sintió desconcertado de que se lo
preguntase una persona a la que acababa de conocer algo que, en Japón,
jamás habría ocurrido y, puesto que las normas de la cultura japonesa no le
permitían aceptar la invitación, la declinó cortésmente.
Doi también recuerda haber alentado la expectativa de que su anfitrión
insistiera y, en consecuencia, se decepcionó al verle admitir tan fácilmente su
negativa. Según dice, cualquier anfitrión japonés habría sentido sencillamente
su hambre y le hubiera ofrecido algo de comer sin mediar palabra alguna.
Esta conciencia de las necesidades y sentimientos ajenos y la
consiguiente respuesta pone de relieve la importancia que la cultura japonesa
(y, hablando en términos generales, todas las culturas orientales) atribuye a la
modalidad de relación yo-tú .
El término japonés amae se refiere a esta especial sensibilidad que se
asienta en la empatía y actúa en consecuencia, sin necesidad alguna de llamar la
atención al respecto.
En la órbita de amae, nos sentimos reconocidos por los demás. En
opinión de Takeo Doi, la estrecha conexión que mantiene la madre con su hijo
una conexión que le permite sentir intuitivamente lo que éste necesita
constituye el prototipo de la estrecha sintonía que impregna la vida cotidiana
japonesa, creando un clima de conexión íntima.6
Aunque no exista, en inglés, ningún término específicamente equiparable
a amae, se trata de una actitud que refleja el hecho empírico de que conectamos
más fácilmente con aquellas personas a las que conocemos y amamos, es decir,
nuestra familia inmediata, nuestros parientes, nuestra pareja y nuestros amigos.
Cuanta más proximidad, dicho en otras palabras, más amae.
La presencia de amae favorece la comunicación directa de pensamientos
y sentimientos. La actitud implícita es algo así como Si yo lo siento, también
debes sentirlo tú, de modo que no es preciso que diga en voz alta lo que quiero,
siento o necesito. Tú debes estar lo suficientemente conectado conmigo como
para sentirlo y obrar en consecuencia, sin necesidad de que te lo pida .
Pero este concepto no sólo tiene un sentido emocional, sino también
cognitivo porque, cuanto más estrecha sea nuestra relación con alguien, más
abiertos y atentos estaremos. Cuanta más historia personal hayamos
compartido, más fácil y rápidamente registraremos lo que otra persona está
sintiendo y más semejante será también el modo en que pensemos y
reaccionemos ante lo que pueda presentarse.
Aunque Buber ha pasado ya de moda en los círculos de la filosofía actual,
el filósofo francés Emmanuel Lévinas ha tomado el relevo como comentarista
del mundo de las relaciones.7 Según Lévinas, la modalidad yo-ello es la más
superficial de las relaciones, porque no se ocupa tanto de conectar con los
demás, como de pensar sobre ellos, cosa que no sucede con la modalidad yo-tú
, en donde uno se zambulle, por decirlo de algún modo, en las profundidades
del otro. Como dice Lévinas, el ello describe al otro en tercera persona y lo
convierte en una mera idea, lo más alejado, en suma, de la conexión íntima.
Los filósofos consideran que nuestra visión implícita del mundo
determina el modo en que pensamos y actuamos. Este conocimiento puede ser
compartido por toda una cultura, por una familia o sencillamente por un par de
amigos y nos ata, con amarras invisibles, a una realidad social construida.
Como indica Lévinas, esta sensibilidad compartida emerge de la relación
interpersonal , lo que significa que nuestra sensación privada y subjetiva del
mundo hunde sus raíces en el mundo de las relaciones.
Como dijo Freud hace ya mucho tiempo, todo aquello que establece
puentes de conexión entre las personas genera sentimientos parecidos , un
hecho que no pasará inadvertido para quien haya entablado una conversación
casual con una persona que le atrae, para el vendedor que llama a un posible
cliente desconocido o para quien pasa simplemente el rato de un viaje de avión
hablando con su compañero de asiento. Por debajo, sin embargo, de esta
relación superficial, Freud advirtió que los vínculos que establecemos con los
demás puede consolidar la identificación, es decir, la sensación de que el otro y
nosotros somos casi uno y el mismo.
Conocer a alguien significa, a nivel neuronal, resonar con sus pautas
emocionales y con sus mapas mentales. Es por ello que, cuanto más se solapan
nuestros mapas, mayor es nuestra identificación y mayor también la realidad
compartida. Cuanto más nos identificamos con alguien, más se funden nuestras
categorías mentales, una fusión inconsciente que supone que lo más importante
para el otro también es, para nosotros, lo más importante. Es más sencillo, por
ejemplo, que los esposos nombren las cosas en que se asemejan que aquéllas
otras en las que difieren pero sólo si se trata de una pareja feliz porque, en
caso negativo, son las diferencias lo que se acentúa.
Otro indicador bastante paradójico, por cierto de esta similitud de
mapas mentales es el que afecta a los prejuicios egoístas ya que, en este caso,
tendemos a compartir con las personas que más valoramos los mismos
pensamientos distorsionados en los que más solemos incurrir. Esto es algo que
se pone de manifiesto, por ejemplo, en la ilusión de invulnerabilidad
desmesuradamente optimista que nos lleva a creer que es más probable que las
cosas malas les sucedan a los demás que a nosotros o a las personas que más
nos interesan.8 Por ello estimamos que las probabilidad de que el cáncer o un
accidente de automóvil nos afecten a nosotros o a nuestros seres queridos es
menor que la de que afecten a los demás.
La experiencia de unidad es decir, la sensación de fusión de nuestra
identidad con alguien aumenta cuando asumimos la perspectiva de otra
persona y se consolida cuando contemplamos las cosas desde su punto de vista,
una experiencia que, cuando la empatía es mutua, cobra una especial
resonancia.9 No es de extrañar que, en tal caso, las personas que se hallen
estrechamente unidas combinen sus mentes hasta el punto de que una concluya
las frases que la otra ha comenzado, un signo de una relación muy intensa y
profunda que los investigadores de la relación de pareja han denominado
validación de alta intensidad .
La relación yo-tú se refiere a una relación unificadora que nos lleva a percibir al otro como alguien distinto de todos los demás. Este tipo de encuentro profundo jalona los momentos de mayor compromiso y que más vívidamente
recordamos a los que Buber se refería cuando dijo que «toda vida verdadera es un encuentro. A excepción de la santidad, sin embargo, seríamos demasiado exigentes si aspirásemos a que todo encuentro se moviese en la dimensión yo-tú . Como dijo Buber, la vida cotidiana oscila inevitablemente entre ambas modalidades de
relación ya que, según dijo, el nuestro es un yo dividido compuesto de «dos provincias netamente definidas», la del ello y la del tú y, si bien ésta aparece en los momentos de mayor conexión, pasamos la mayor parte de nuestra vida en la modalidad utilitaria del ello que se ocupa de hacer las cosas que hay que hacer.
                                 
 Del Libro Inteligencia Social

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