miércoles, 4 de diciembre de 2013

LA BIOLOGÍA DE LA COMPASIÓN.


En una canción ya clásica de los Rolling Stones, Mick Jagger promete a su novia que acudirá a rescatarla cuando se encuentre emocionalmente en apuros , resumiendo así en pocas palabras una verdad que afecta a todas las parejas. Porque lo cierto es que la atracción no es lo único que mantiene unida a la pareja, sino también el tipo de atención emocional que se prodigan mutuamente. El cuidado que la madre brinda a su bebé constituye el prototipo primordial de este tipo de atención. Según John Bowlby, cada vez que nos vemos obligados a responder a las necesidades de una persona ya se trate de nuestra pareja, de nuestro hijo, de un amigo o de un desconocido en apuros que solicite nuestra ayuda, se pone en marcha el mismo sistema innato del cuidado. Hay dos formas diferentes de cuidar a nuestra pareja, proporcionarle un fundamento para que se sienta protegida y ofrecerle un refugio lo suficientemente seguro para que pueda enfrentarse al mundo. Desde una perspectiva ideal, los integrantes de la pareja deberían desempeñar ambos papeles proporcionando o recibiendo consuelo o cobijo cuando fuera necesario. Éste es, a fin de cuentas, el tipo de reciprocidad que caracteriza a las relaciones sanas. Servimos de fundamento seguro cada vez que acudimos al rescate emocional de nuestra pareja, ya sea ayudándola a resolver un problema, tranquilizándola o permaneciendo simplemente presentes y atentos. Cuando una relación nos proporciona seguridad, nuestra energía queda disponible para enfrentarnos a los retos que puedan presentarse. «Todos nosotros dijo 
Bowlby somos más felices cuando la vida nos proporciona, desde la cuna hasta la tumba, un fundamento seguro desde el que emprender nuestras grandes o pequeñas aventuras.»1 Esas aventuras pueden ser tan sencillas como pasar un día en la oficina o tan complicadas como un logro realmente importante. Basta con echar un vistazo a los discursos de aceptación de cualquier premio importante para advertir que todos ellos manifiestan la gratitud que sienten hacia las personas que les proporcionaron un fundamento seguro, lo que pone de relieve la extraordinaria importancia que tiene la seguridad y la confianza en nuestras capacidades.
La sensación de seguridad y el impulso a explorar se hallan profundamente unidos. Según afirma la teoría de Bowlby, cuanto mayor sea la protección y seguridad que nos brinda nuestra pareja, más lejos podrá llegar nuestra exploración e, inversamente, cuanto más complicado el objetivo, más necesario será ese fundamento para alentar nuestra energía, atención, confianza y coraje. Ése es, al menos, el resultado de un experimento realizado con ciento dieciséis parejas que habían permanecido unidas un mínimo de cuatro años 2 ya que, como era de suponer, cuanto más sentía la persona que su pareja le proporcionaba un fundamento seguro , más dispuesto estaba a enfrentarse con confianza a las oportunidades que le deparaba la vida. Pero las grabaciones de vídeo de las parejas charlando de sus respectivos objetivos vitales pusieron de relieve la importancia que tiene el modo en que se hablan. Así, por ejemplo, cuanto más abierta, cordial y positiva sea la escucha, más seguro se siente el otro y más posible es que, al finalizar la charla, eleve el listón de sus objetivos. Cuanto más intrusiva y controladora, por el contrario, es la persona que escucha, más deprimido e inseguro se siente el otro, hasta el punto de acabar recortando sus aspiraciones y experimentando la consiguiente pérdida de autoestima. Es por ello que las personas intrusivas suelen ser percibidas como más desconsideradas y críticas y sus consejos, por tanto, más frecuentemente rechazados.3 Cualquier intento de control viola la regla básica necesaria para poder proporcionar un fundamento seguro. En este sentido, sólo hay que intervenir cuando se nos pregunte o cuando sea absolutamente necesario. Dejar el espacio suficiente para que el otro siga su propio camino otorga un voto silencioso de confianza y cualquier intento de control, por el contrario, lo socava. Inmiscuirnos en los asuntos ajenos no hace más que obstaculizar la exploración. Existe una relación muy estrecha entre el estilo de apego y el apoyo. En este sentido, quienes presentan un estilo de apego más ansioso tienen grandes dificultades en permitir el espacio suficiente para que el otro pueda llevar a cabo sus propias incursiones, como también sucede con las madres ansiosas. Quizás este tipo de personas francamente dependientes pueda ofrecer un fundamento seguro, pero jamás podrá proporcionar un refugio seguro. Quienes poseen un estilo evasivo, por el contrario, no tienen problema alguno en dejar que el otro vaya a su aire, pero difícilmente podrán proporcionar un fundamento 
seguro amén de que tampoco saben rescatar emocionalmente a su pareja cuando ésta los necesita. La pobre Liat  Parecía una escena sacada del programa de televisión Factor de riesgo . Liat, una estudiante universitaria, se vio obligada a atravesar una serie de pruebas, cada una más difícil que la precedente. 
La primera de ellas consistió en contemplar varias imágenes de un hombre quemado y de otro cuyo rostro se había visto grotescamente deformado. Luego, cuando tuvo que coger y acariciar a una rata, se sintió tan mal que casi se desmaya. Después tuvo que sumergir un brazo en agua helada hasta el codo durante medio minuto, pero el dolor era tan intenso que sólo pudo mantenerlo unos veinte segundos. Pero cuando, finalmente, se vio obligada a meter la mano en un acuario de cristal y acariciar una tarántula viva, se sintió tan desbordada que gritó: ¡Ya no puedo más!
 ¿Ayudaría usted acaso a Liat a librarse de la prueba ofreciéndose a ocupar su lugar? Ésta fue la pregunta que se les formuló a sus compañeros de clase que se habían alistado como voluntarios en un estudio sobre la influencia de la ansiedad en la compasión, esa noble extensión del instinto que nos moviliza a cuidar de los demás. Las distintas respuestas a esa situación evidenciaron que el tipo de apego no sólo afecta a la sexualidad, sino también a la empatía. Mario Mikulincer, colega israelí de Phillip Shaver en la investigación sobre el estilo del apego, ha descubierto que la ansiedad generada por un estilo de apego inseguro puede llegar a reprimir y hasta anular el impulso altruista que brota de la auténtica empatía. Gracias a un experimento muy sofisticado, Mikulincer ha acabado demostrando que los tres diferentes estilos de apego tienen un efecto claramente distinto en nuestra empatía.4 El experimento en cuestión comenzó determinando el estilo de apego de los participantes, a los que luego se pidió que observaran a la pobre Liat que también se hallaba, en este caso, confabulada con los investigadores. Los resultados del experimento demostraron que los más compasivos es decir, los que más claramente experimentaron la inquietud de Liat y más se ofrecieron a ocupar su lugar eran los que poseían un estilo de apego seguro. Los ansiosos, por su parte, se vieron súbitamente desbordados por sus propias reacciones y no pudieron acudir en su ayuda. Los evasivos, por último, no se ofrecieron a ayudarla porque ni siquiera advirtieron la existencia de ningún problema. Cabe subrayar, por tanto, que las personas que muestran un estilo de apego seguro son las que más fácilmente sintonizan con el desasosiego de los demás, lo que parece inclinarlas al altruismo y a ayudar a los demás. No es de extrañar que este tipo de personas cuide activamente sus relaciones, independientemente de que se trate de una madre que ayuda a su hijo, de la pareja que brinda apoyo emocional a su cónyuge, del familiar que se apresta a cuidar a un pariente anciano o, sencillamente, a un desconocido en apuros. La hipersensibilidad de los ansiosos les torna especialmente vulnerables llegando incluso, en ocasiones, a contagiarse del sufrimiento de los demás. Es por ello que, aunque sean capaces de sentir el malestar de los demás, la intensidad de sus sentimientos puede aumentar hasta el llamado estrés empático , que genera un nivel de ansiedad tan elevado que resulta imposible de asumir. El tipo ansioso parece más vulnerable al desgaste generado por la compasión, experimentando su propia angustia cuando se ve obligado a enfrentarse al sufrimiento ajeno. Quienes pertenecen al tipo evasivo también tienen problemas con la compasión. En primer lugar, se protegen de las emociones dolorosas reprimiéndolas, una maniobra defensiva que obstaculiza la manifestación de la empatía y les cierra al contagio emocional de los que sufren. No es de extrañar por tanto que, en esas condiciones, rara vez ayuden a los demás. Las únicas ocasiones en que echan una mano son aquéllas en que, de algún modo, pueden beneficiarse. Es por ello que las contadas ocasiones en que se muestran compasivos siempre van aderezadas de un condimento que parece decir ¿qué hay de lo mío? . El cuidado fluye más libremente cuanto más seguros nos sentimos, porque nos proporciona un fundamento estable que nos permite sentir empatía sin vernos desbordados. La comprensión de que sentirnos cuidados nos ayuda a cuidar a los demás y de que, en caso contrario, no podemos hacerlo tan bien, llevó a Mikulincer a investigar si el desarrollo de la sensación de seguridad iba también acompañado de un aumento en la capacidad de cuidar a los demás. Supongamos que se entera, leyendo el periódico, de los problemas que está atravesando una mujer soltera con tres hijos pequeños que no tiene trabajo ni dinero. Todos los días lleva a sus pequeños hambrientos al comedor de beneficencia, sin cuya ayuda podrían fácilmente morir de inanición. ¿Estaría dispuesto a darles de comer una vez al mes? ¿La ayudaría a buscar trabajo? ¿La acompañaría a una entrevista laboral? Éstas fueron las preguntas que formuló Mikulincer a los voluntarios de otra investigación sobre la compasión. Mikulincer comenzó fomentando la sensación de seguridad de los sujetos mediante la exposición subliminal (de unas dos centésimas de segundo, aproximadamente) a los nombres de las personas que les proporcionaban un fundamento seguro (las personas con las que, por ejemplo, solían hablar de las cosas que más les importaban) y dedicando también un tiempo a evocar deliberadamente su imagen. Especialmente sorprendente fue el impacto de este ejercicio previo en las personas ansiosas, que no tuvieron entonces problemas en vencer su estrés empático y su habitual renuencia a ayudar. Este estímulo provisional permitió que las personas ansiosas se mostrasen más compasivas y reaccionasen como las seguras. El aumento de la sensación de seguridad parece liberar, pues, una dosis adicional de atención y energía que el sujeto puede dedicar a las necesidades de los demás. Pero las personas evasivas siguieron sin experimentar empatía y reprimiendo el impulso altruista... a menos que tuvieran la expectativa de ganar algo a cambio. Su actitud cínica parece corroborar la teoría que niega la
existencia del impulso altruista, según la cual, los actos compasivos siempre ocultan algún tipo de interés personal, cuando no son manifiestamente egoísta.5 Pero eso, según Mikulincer, sólo es cierto en el caso de quienes pertenecen al tipo evasivo y tienen dificultades en empatizar con los demás.6 Parece pues que, de las tres modalidades diferentes de apego, las personas seguras son las más predispuestas a tender su mano a los demás y que su compasión es directamente proporcional a la necesidad percibida ya que, cuanto mayor es el sufrimiento que experimentamos, mayor es también nuestra predisposición a ayudar.

                                                                    Del Libro Inteligencia Social 

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