Vamos a imaginar que estamos entrevistando a
un candidato para un trabajo. Sobre el papel,
parece el candidato perfecto: calificaciones
excelentes, experiencia relevante para el trabajo,
buenas cartas de referencia, etc. El candidato
responde correctamente a todas las preguntas que
le formulamos. Pero aún así, durante la entrevista
tenemos la sensación de que hay algún aspecto
del candidato que no nos convence y nos hace
sentir incómodos. Y aunque no podemos
determinar de qué se trata, tenemos una clara
sensación de que sería un error contratar a esta
persona. ¿Qué deberíamos hacer? ¿Ignorar
nuestras impresiones e intentar analizar nuestra
decisión de forma estrictamente “racional”?
¿O confiar en nuestras sensaciones y utilizarlas
como argumento para no contratar al candidato?
Imaginemos ahora que vamos a comprar una
casa. La mayor parte de nuestra decisión
dependerá, sin duda, de los motivos que
podamos argumentar a otras personas. La casa
está situada en un barrio agradable y a una
distancia adecuada de nuestro puesto de trabajo
y, quizás, del colegio de nuestros hijos. También
podemos afrontar los pagos de la hipoteca
(aunque sea con dificultad) y, posiblemente, nos
encontraremos lo suficientemente cerca de
nuestros amigos y familiares. Sin embargo, existe
otro factor que nos resulta difícil de explicar. En
un primer momento, la casa nos gusta. Sin duda,
podríamos contar a otras personas que nos gusta
e incluso intentar explicar el porqué, pero una
vez más, es difícil expresar las sensaciones que
para nosotros resultan tan importantes a la hora
de tomar la decisión.
Como ilustran estos dos ejemplos, no todas las
decisiones que tomamos en la vida se rigen por
procesos que parecen racionales y que podemos
contar a otras personas; sino que muchas de las
decisiones que tomamos, incluyendo las
importantes, están muy influenciadas por las
sensaciones o impresiones que no están bajo
nuestro control consciente. Entonces, ¿qué son
estas sensaciones? ¿De dónde proceden? Y si
supuestamente tomamos decisiones racionales,
¿deberíamos dejar que estas sensaciones nos
influenciaran a la hora de tomar decisiones? Y
para terminar, ¿deberíamos propiciar dichas
sensaciones? ¿Es posible entrenarnos para poder
lograr el “tipo correcto” de sensaciones?
Del Libro Educar la Intuición: Un reto del siglo XXI
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