Son muchas las personas que, como Elysa Yanowitz, se sienten
humilladas en el ámbito laboral. En cierta ocasión, por ejemplo, recibí el
siguiente correo electrónico de una mujer que trabajaba en una empresa
farmacéutica: «Tengo problemas con mi jefa, que me parece una persona muy
desagradable. Ella es amiga de toda la jerarquía superior y, por primera vez en
toda mi carrera profesional, mi confianza empieza a tambalearse y me siento
impotente. Creo que el estrés está enfermándome».
¿Estaba esa mujer suponiendo simplemente la existencia de un vínculo
causal entre el trato que recibía de su jefa y su enfermedad física?
Veamos. Este caso concuerda perfectamente con las conclusiones de un
metaanálisis de doscientos ocho estudios que incluían a 6.153 individuos
sometidos a muy diversos factores estresantes, que iban desde hallarse sumidos
en entornos muy ruidosos y desagradables hasta enfrentamientos con personas
realmente aborrecibles.26 Las conclusiones de ese metaanálisis realizado por
Margaret Kemeny, experta en medicina conductual de la facultad de medicina
de la University of California de San Francisco y su colega Sally Dickerson
han puesto de relieve que la peor de todas las formas de estrés consiste en asistir
impotentes a las crítica de alguien, como ilustran perfectamente los casos de
Yanowitz y de la empleada de la empresa farmacéutica que acabamos de referir.
Como me dijo la misma Kemeny, las amenazas y los retos son más estresantes
«cuando tienen lugar en público y uno se siente juzgado».
Todos los estudios considerados valoraban las reacciones al estrés en
función del aumento en la tasa de cortisol.27 La investigación demostró que los
niveles más elevados de cortisol se presentaban cuando el voluntario debía
realizar una tarea difícil como restar 17 de 1242 y seguir sustrayendo 17 del
resultado obtenido en voz alta lo más rápidamente posible bajo la atenta
mirada de alguien que debía enjuiciar su desempeño. Resulta muy curioso que,
en los casos en que el sujeto debía realizar la misma tarea sin verse, no obstante,
sometido al juicio de nadie, la tasa de cortisol fuese casi tres veces inferior.28
Supongamos ahora, por ejemplo, que usted se halla en una entrevista de
trabajo y que, mientras expone sus habilidades y su experiencia social al
respecto, el entrevistador le contempla con una expresión seria y distante
tomando notas en su cuaderno y que luego, para empeorar todavía más las
cosas, empieza a hacer comentarios críticos que restan importancia a sus
habilidades.
Ésta fue, precisamente, la endiablada situación que se vieron obligados a
atravesar los voluntarios de un experimento sobre el estrés social que, en
realidad, creían haber acudido a una entrevista de trabajo. Desarrollada por
investigadores de Trier (Alemania), esta difícil prueba ha acabado utilizándose
en los laboratorios de todo el mundo, porque sus resultados son muy
interesantes. El laboratorio de Kemeny ha empleado una variante del
experimento de Trier para valorar el impacto biológico del estrés social. Dickerson y Kemeny sostienen la opinión de que el hecho de sentirnos evaluados amenaza nuestra identidad social , es decir, el modo en que nos vemos a nosotros mismos a través de los ojos de los demás. Esta sensación de valor y estatus social y también, en consecuencia, de autoestima se deriva de los mensajes acumulados que nos transmiten los demás sobre el modo en que
nos perciben. Este tipo de amenazas a la posición que los demás nos atribuyen
tienen un poderoso impacto en nuestro funcionamiento biológico y hasta en
nuestra supervivencia. Después de todo, la ecuación inconsciente es que, si los
demás nos consideran indeseables, no sólo nos sentimos avergonzados, sino
también rechazados.
La actitud enervante y hostil de un entrevistador activa el eje HPA y
desencadena algunas de las tasas más elevadas de cortisol que cualquier
simulación estresante de laboratorio haya provocado jamás. El test del estrés
social estimula mucho más la secreción de cortisol que el paradigma
habitualmente utilizado en este tipo de experimentos, en el que los voluntarios
se ven obligados a llevar a cabo una serie de problemas matemáticos cada vez
más complejos en situaciones de gran tensión ambiental, con un ruido de fondo
ensordecedor y en el que, pese a que un molesto timbre nos avisa puntualmente
de todos nuestros errores, no hay nadie que nos esté juzgando.30 Y es que las
situaciones problemáticas impersonales se olvidan muy fácilmente, pero las
críticas acaban avergonzándonos.31
Pero no es necesario, para que nuestra tasa de cortisol experimente un
rápido aumento, que alguien nos enjuicie externamente, porque los mismos
efectos aparecen también en presencia de un juez simbólico que sólo existe en
nuestra mente. En este sentido, la audiencia virtual puede afectar al eje HPA tan
poderosamente como el público real porque, según Kemeny «en el momento en
que usted piensa en sí mismo, crea una representación interna que, a su vez,
actúa sobre su cerebro» del mismo modo en que lo haría la realidad que
representa.
La indefensión aumenta la sensación de estrés. En los estudios sobre el
cortisol analizados por Dickerson y Kemeny, las peores amenazas fueron
aquéllas que superaban la capacidad de la persona para hacerles frente. Y,
cuando la amenaza se mantiene independientemente de nuestros esfuerzos, los
niveles de cortisol se disparan, una situación que se asemeja a la que deben
atravesar quienes se sienten objeto de críticas injustificadas o las dos mujeres
que sufrieron acoso laboral de las que anteriormente hablábamos. Es por ello
que la crítica, el rechazo y el acoso mantienen el eje HPA, por así decirlo, en
superdirecta.
La investigación realizada por Kemeny ha puesto de relieve que las
situaciones estresantes provocadas por una fuente impersonal como una
molesta alarma de automóvil que no podemos apagar, por ejemplo no ponen
en peligro nuestra necesidad de aceptación y pertenencia. Quizás sea por ello,
según Kemeny, que nuestro cuerpo se recupera más rápidamente en cuestión
de cuarenta minutos de un disparo impersonal de la tasa de cortisol mientras
que, si la causa se debe a un juicio social negativo, la tasa de cortisol asciende
un 50 por ciento por encima de la normalidad y el sujeto no se recupera hasta
pasada una hora o incluso más.
Las herramientas de imagen cerebral de que dispone la ciencia actual nos
permiten identificar las regiones cerebrales que reaccionan con mayor
intensidad a la percepción de la maldad. Recordemos, por ejemplo, la
simulación de ordenador empleada en el laboratorio de Jonathan Cohen en
Princeton en la que dos voluntarios que se hallan en un escáner RMN juegan al
Ultimatum Game y en donde, como ya hemos visto en el Capítulo 5, deben
repartirse una determinada cantidad de dinero que el otro sólo puede aceptar o
rechazar.
Cuando los voluntarios consideran que el otro les ha hecho una propuesta
injusta, su cerebro evidencia una especial activación de la ínsula anterior, que
parece acompañar a los sentimientos de ira y disgusto. En consecuencia, no sólo
muestran signos de malestar, sino también es mucho más probable que no sólo
rechacen esa oferta, sino también, independientemente de cuál sea, la siguiente.
Cuando creen, por el contrario, estar jugando contra un simple programa de
ordenador, su ínsula se mantiene tranquila, independientemente de lo injusta
que sea la oferta. Y es que el cerebro social parece establecer una distinción
crucial entre el daño accidental y el daño intencional y reacciona más
intensamente a este último.
Estos descubrimientos pueden ayudar a los clínicos a entender un
rompecabezas ligado al trastorno de estrés postraumático. ¿Por qué calamidades
de intensidad similar provocan un sufrimiento más intenso y duradero cuando la
víctima cree que han sido provocados deliberadamente por otra persona que
cuando se trata del mero resultado de una catástrofe natural? Los huracanes, los
terremotos y otros desastres naturales provocan muchas menos víctimas del
TEP que actos malvados como la violación y el abuso físico. Las consecuencias
del trauma, como las de todo estrés, son peores cuando la víctima cree que han
sido intencionalmente dirigidos contra él.
Del Libro Inteligencia Social.
Del Libro Inteligencia Social.
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