domingo, 19 de enero de 2014

Metagenealogía

René Descartes Las pasiones del alma, publicado en París en 1649:
…es fácil imaginar que las extrañas aversiones de algunos, que
les impiden soportar el olor de las rosas o la presencia de un gato, y
otras cosas parecidas, provienen solamente de que, en los comienzos
de su vida, han sido molestados en gran manera por alguno de
estos objetos, o bien porque han participado en el sentimiento de su
madre, que ha sido molestada por ellos estando embarazada. Porque
es cierto que hay relación entre los movimientos de la madre y
del niño que está en su vientre, de modo que lo que le es contrario
al uno daña al otro. Y el olor de las rosas puede haberle producido
dolor de cabeza a un niño estando aún en la cuna; o bien, un gato le
puede haber asustado mucho, sin que nadie se haya dado cuenta de
ello, ni él mismo haya vuelto después a acordarse, aunque la idea de
la aversión que experimentó entonces hacia esas rosas o ese gato
quede impresa en su cerebro hasta el fin de su vida (parte II, art.
CXXXVI, trad. Eugenio Frutos, Planeta, Barcelona 1989).

Con estos actos me opuse a esa actitud psicoanalítica de transformar el lenguaje del inconsciente (sueños, actos fallidos, sincronicidades) en lenguaje articulado y explicaciones racionales y opté por enseñar al intelecto el lenguaje del inconsciente, compuesto en su mayor parte de imágenes y acciones que desafían a la lógica. La palabra revela un problema, pero no lo cura. Las únicas palabras sanadoras que entiende el inconsciente son los rezos y los encantos. Para convertirlo en aliado protector es necesario seducirlo por medio de actos de naturaleza teatral o poética. Así como el inconsciente
acepta los placebos, también acepta los actos metafóricos. Las pulsiones no se resuelven sublimándolas sino realizándolas de forma simbólica.
Para sanar una enfermedad no podemos limitarnos sólo a lo científico. La mirada de un artista equilibra la de un médico, capaz de comprender los problemas biológicos pero que carece de las técnicas necesarias para detectar los valores sublimes sepultados en cada individuo. Para que sane, es necesario que el paciente
sea lo que en verdad es y se libere de la identidad adquirida: lo que los otros han querido que sea. Toda enfermedad proviene de una orden que hemos recibido en la infancia obligándonos a realizar
lo que no queremos y una prohibición que nos obliga a no ser lo que en realidad somos. El mal, la depresión, los temores resultan de una falta de conciencia, de un olvido de la belleza, de una tiranía familiar, del peso de un mundo con tradiciones y religiones obsoletas.
Para sanar a un paciente, o sea ayudarlo a convertirse en lo que en verdad es, se le ha de hacer consciente de que no es un individuo aislado, sino el fruto de al menos cuatro generaciones de ancestros.
Es imposible conocernos a nosotros mismos si no conocemos el legado material y espiritual de nuestro árbol genealógico. Pero las estructuras del clan familiar no deben ser el objeto de interpretaciones restrictivas que analizan al ser como si fuera una máquina biológica. Las grandes teorías psicológicas del siglo XX emanan de
geniales médicos psiquiatras, como Freud, Groddeck o Reich. Pero en sus seguidores se desarrolló la creencia falsa, nociva, de que para conocer el alma humana toda búsqueda debe inspirarse en procesos
de investigación científica. Carl Gustav Jung, en 1929, se hizo consciente de esta confusión intelectual:
El intelecto es, efectivamente, un enemigo del alma, porque tiene
la audacia de querer captar la herencia del espíritu, de lo cual no
es capaz bajo ninguna circunstancia, porque el espíritu es bastante
superior al intelecto, dado que aquél comprende no sólo a este último
sino también al corazón [Gemüt, ánimo].

El ser humano consciente no puede ser analizado como un todo
fijo, un cuerpo-objeto sin realidad espiritual. El Inconsciente, por
esencia, se opone a toda lógica. Si es reducido a explicaciones científicas
o a enseñanzas universitarias, se le convierte en cadáver. Jung
agrega:
Por eso sé que las universidades han dejado de actuar como portadoras
de luz. La gente está saciada de la especialización científica y
del intelectualismo racionalista. Quiere oír acerca de una verdad
que no estreche sino que ensanche, que no oscurezca sino que ilumine,
que no se escurra sobre uno como agua sino que penetre conmovedora
hasta la médula de los huesos.
He aquí por qué ningún diploma puede garantizar la calidad de
un psicoterapeuta: ayudar al otro a sanar supone no solamente comprender
de qué sufre, sino también poner a su alcance los elementos
necesarios que le permitan cambiar...

                                                                    Alejandro Jodorowsky  Marianne Costa


No hay comentarios:

Publicar un comentario