Aquí se describe muy claramente la importancia del "vernos a los ojos".
Poco después de su boda, Maggie Verver, la protagonista de la novela de
Henry James La copa dorada, visita a su padre, viudo desde hacía mucho
tiempo, a un hotelito en el campo, entre cuyos clientes había una mujer soltera
que parece mostrarse interesada en él. Después de echar un rápido vistazo, Maggie se da súbitamente cuenta de que su padre, que había permanecido soltero cuando debía cuidar de ella, se siente libre para volver a casarse y, en ese mismo instante, la mirada de su hija le dice que acaba de entender lo que él está sintiendo, sin haberlo mencionado siquiera. Sin intercambiar palabra, Adam, el padre de Maggie, tiene entonces la sensación de que «ella vio lo que él estaba viendo».
En ese diálogo silencioso, «El rostro de ésta no podía ocultarle lo que albergaba en su mente y, a su manera, había visto lo que los dos estaban viendo».
La descripción de ese breve episodio de reconocimiento mutuo ocupa varias páginas del comienzo de la novela y el resto de ese largo relato se ocupa de las consecuencias de ese singular momento de comprensión hasta que finalmente Adam vuelve a casarse.
Henry James supo reflejar perfectamente la extraordinaria riqueza que puede transmitir una simple mirada. No es de extrañar que una expresión que dure tan un solo instante encierre volúmenes enteros de significado, porque estos circuitos neuronales están continuamente activos.
Este radar neuronal está en funcionamiento aun cuando el resto de nuestro cerebro permanezca inactivo. Resulta muy interesante constatar que tres de las cuatro regiones neuronales especialmente más activas que operan como motores neuronales al ralentí prestos a responder a la menor necesidad , tienen que ver con los juicios interpersonales y aumentan su actividad cuando vemos o pensamos en las relaciones interpersonales.
Un grupo de UCLA dirigido por Marco Iacoboni (uno de los descubridores de las neuronas espejo) y Matthew Lieberman (uno de los fundadores de la neurociencia social) han utilizado el RMNf para investigar el funcionamiento de estas zonas. Su conclusión es que la actividad por defecto del cerebro es decir, lo que sucede automáticamente cuando no ocurre nada más gravita en torno al mundo de las relaciones.
La rápida tasa metabólica de estas redes neuronales sensibles a las personas pone de relieve la extraordinaria importancia que ocupa el mundo social en el diseño de nuestro cerebro. Bien podríamos decir que la actividad preferida del cerebro en reposo consiste en la revisión de nuestra vida social, algo que se asemeja a ver una y otra vez nuestro programa de televisión favorito. De hecho, esos circuitos sociales sólo parecen aquietarse cuando nos ocupamos de una tarea impersonal, como analizar detenidamente un extracto
bancario, una tarea que, como cualquier otra ligada al análisis de los objetos, requiere la puesta en marcha de las correspondientes regiones cerebrales.
Quizás esto explique la ventaja que el cerebro atribuye al mundo interpersonal, que nos lleva a esbozar juicios sobre las personas décimas de segundo antes de lo que sucedería en cualquier otro caso. Cualquier encuentro interpersonal activa estos circuitos, esbozando juicios de gusto o disgusto que predicen si habrá o no relación y, en caso positivo, el curso que tomará.
La progresión de actividad cerebral parte de la corteza cingulada y se expande, a través de las células fusiformes y la vía inferior, hasta otras regiones con las que está muy conectada, especialmente la corteza orbitofrontal y reverbera también en todas las áreas emocionales. Esta red proporciona una sensación general que, con la colaboración de la vía superior, permite esbozar una reacción más consciente, ya sea una acción directa o, como ilustra el caso de Maggie Verver, una simple comprensión silenciosa.
El circuito neuronal que conecta la corteza orbitofrontal con la corteza cingulada anterior entra en acción cada vez que elegimos la mejor respuesta posible ante muchas alternativas. Estos circuitos valoran todo lo que experimentamos, asignándole un valor de gusto o disgusto y configurando así también nuestra misma sensación de significado, es decir, de lo que nos importa. Hay quienes actualmente afirman que este cálculo emocional refleja el sistema de valores fundamental en el que se basa el cerebro para organizar nuestro funcionamiento, aunque sólo sea determinando nuestras prioridades en un momento dado. Es por ello que este nódulo neuronal resulta esencial para el proceso de toma de decisiones social y está muy ligado, por tanto, a las conjeturas que hacemos de continuo y acaban determinando el éxito o el fracaso
de nuestras relaciones.
Veamos ahora la asombrosa velocidad con la que el cerebro llega a esas comprensiones de la vida social. En el primer momento en que nos encontramos con alguien, estas áreas neuronales esbozan un juicio inicial a favor o en contra en cuestión de 500 milisegundos.20
Luego viene la cuestión del modo en que debemos reaccionar a la persona implicada. Una vez que la corteza orbitofrontal ha registrado claramente nuestra decisión, determina la actividad neuronal durante otro
veinteavo de segundo en el que las regiones prefrontales cercanas, operando en paralelo, proporcionan información sobre el contexto social y nos ayudan a esbozar una respuesta más adecuada al momento.
La corteza orbitofrontal, usando los datos del contexto, elabora entonces la respuesta más equilibrada entre el impulso primordial ( ¡Vete de aquí! ) y la que mejor funciona (como, por ejemplo, pergeñar una excusa para marchar) sin experimentar, por ello, esa decisión como una comprensión consciente de las reglas que guían la decisión, sino como una sensación de corrección .
La corteza orbitofrontal, en suma, determina nuestra acción después de enterarse de cómo nos sentimos con alguien y lo hace inhibiendo la primera respuesta instintiva, que podría llevarnos a actuar de un modo que luego lamentaríamos.
Esta secuencia no sólo ocurre una vez, sino que lo hace de continuo durante cualquier interacción social. Nuestros mecanismos primarios de guía social se apoyan, pues, en una serie de tendencias emocionales, ya que nuestra acción será diferente si la persona con la que estamos nos gusta o nos desagrada y, si nuestros sentimientos cambian a lo largo de la interacción, el cerebro social se encarga de ajustar silenciosamente lo que decimos y hacemos al respecto.
Lo que sucede en esos instantes resulta esencial para una vida social satisfactoria.
Inteligencia Social.
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