Estoy convencida de que para tener experiencias místicas no es necesario vivir como un eremita
en la montaña ni estar sentado a los pies de un gurú en la India. Cada ser tiene un cuadrante físico,
emocional, intelectual y espiritual. Pienso también que si pudiéramos aprender a liberarnos
de los sentimientos desnaturalizados, de nuestra ira, de nuestros miedos o de nuestras lágrimas no
vertidas, podríamos encontrar de nuevo la armonía con nuestro yo verdadero y ser tal como debiéramos
ser. Este yo verdadero está compuesto de estos cuatro cuadrantes, que deberían equilibrarse
y dar un todo armonioso. No podemos alcanzar ese estado anterior más que con una condición:
la de haber aprendido a aceptar nuestro propio cuerpo físico. Debemos llegar a expresar
nuestros sentimientos libremente sin tener miedo de que se rían de nosotros cuando lloramos,
cuando estamos enfadados o celosos, o nos esforzamos en parecernos a alguien por sus talentos,
dones o comportamientos. Debemos comprender que sólo existen dos miedos: el miedo a caerse y
el miedo al ruido. Todos los otros miedos han sido impuestos poco a poco en nuestra infancia por
los adultos, pues proyectaban sobre nosotros sus propios miedos y los transmitían así de generación
en generación.
Sin embargo, lo más importante de todo es aprender a amar incondicionalmente. La mayoría de nosotros hemos sido educados como prostitutas. Siempre se repetía lo mismo: «Te quiero si ...
»y esta palabra «si... » ha destruido más vidas que cualquier otra cosa sobre el planeta Tierra. Esta palabra nos prostituye realmente, pues nos hace creer que con una buena conducta o con unas
buenas notas en la escuela, podemos comprar amor. De esa manera, nunca podremos desarrollar nuestro sentido del amor o nuestro sentido de autoestima.
Cuando éramos niños, si no cumplíamos la voluntad de los adultos, éramos castigados, y sin embargo
una educación afectuosa habría podido hacernos entrar en razón. Nuestros maestros espirituales
nos han dicho que si hubiéramos crecido en el amor incondicional y en la disciplina no
tendríamos nunca miedo a las tempestades de la vida. No tendríamos más miedo, ni sentimientos
de culpabilidad, ni angustias, pues éstos son los únicos enemigos del hombre. «Si cubrís el Gran
Cañón del Colorado para protegerlo de las tempestades, no veréis nunca la bella forma de sus
rocas.»
Como ya he dicho, yo no buscaba un gurú y no intentaba meditar ni llegar a un nivel de conciencia
superior, pero cada vez que, a través de un enfermo o de una situación de la vida, tomaba conciencia
de algo negativo en mí, buscaba la manera de afrontarlo con el fin de alcanzar un día esa
armonía entre mis cuadrantes físico, emocional, intelectual y espiritual. Y cuando hacía «mis deberes
» y me intentaba aplicar a mi misma lo que enseñaba a otros, me encontraba cada vez más
colmada de experiencias místicas. Éstas eran el resultado tanto de un intercambio de pensamientos
con mi yo espiritual, intuitivo, omnisciente, que comprende todo, como de la toma de contacto
con fuerzas conductoras que vienen de un mundo intacto. Permanentemente nos rodean y esperan
la ocasión para transmitirnos no sólo el conocimiento o algunas indicaciones, sino también para
ayudarnos en nuestra comprensión de nuestra razón de ser y más particularmente sobre el significado
de nuestra tarea aquí en la tierra, permitiéndonos cumplir nuestros destinos.
Elisabeth Kübler Ross.
Hago mías estas palabras.
Adriana Paola Boldrini Camponovo.
Hago mías estas palabras.
Adriana Paola Boldrini Camponovo.
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