Este artículo deja muy claro la relación y origen de ambos conceptos.
Sincronicidad e intuición
A diferencia del estado consciente que se fundamenta en el
conocimiento
del mundo externo, es decir lo que nos rodea; la sincronicidad y su
expresión: la
intuición, consiste en un estado de conciencia en que la
comprensión del ser, parece
estar proyectada fuera, como en un estado de entonamiento del
cual no somos
conscientes.
La intuición pudiese ser explicada de la manera siguiente: la
mente inconsciente
es un vasto depósito para las ideas, impresiones e imágenes que
no se han
registrado jamás en nuestra mente consciente o lo han hecho de
una manera tan
breve que no lo recordamos (no somos capaces de recordar todas
estas cosas, o a
lo mejor, sólo muy pocas) en realidad no sabemos,
conscientemente, que la mayoría
de ellas existen.
Sin embargo, tales ideas o impresiones son potencialmente la
base de una
percepción interior personal que lleva pensamientos originales a
la mente consciente
para la clarificación de ideas o la inspiración. Las ideas
latentes en el subconsciente
son “soltadas”, como una idea intuitiva completa; en estos
momentos
se dice que se ha tenido una súbita corazonada, es la
exclamación del ¡Eureka!
después de una interacción o reverberación cerebral, en el que
la totalidad se expresa
a través de la integración. Sin embargo, no todo el que se
sumerge en una
tina, descubre el principio de Arquímides. Es necesario un
apresto de trabajo, esfuerzo
y conocimientos previos para tener ese momento de exquisita
iluminación.
Es por ello que algunos afirman que el proceso creador tiene un
monto mayor
de transpiración que de inspiración.
Otro hallazgo teórico que fue de gran relevancia para la
neurociencia y sirve
de sustento para explicar algunos fenómenos, hasta hace poco
conocidos como
paranormales, entre los cuales, se encuentra la intuición, es el
estudio realizado
por Karl Pribram3 quien integra la investigación del cerebro con la
física teórica y
afirma: “Nuestros cerebros construyen matemáticamente una realidad
‘concreta’
al interpretar las frecuencias de otra dimensión, una esfera de
la realidad primaria
significativa, pautada, que trasciende el espacio y el tiempo.
El cerebro es un holograma
que interpreta un universo holográfico” (Wilber et al., 2001, p.
13). Es
importante recordar el concepto de prosodia, el cual se refiere
a la necesidad que
tiene el lenguaje de cierta eufonía para hacerse inteligible. La
prosodia incluye
componentes como presión, ritmo, tono y melodía que aportan una
carga semántica que va más allá del significado formal de las palabras, lo cual
es regulado sobre
todo desde el hemisferio derecho (Trimble, 2007)
El constructo del cerebro como un holograma, lo argumenta
Pribram de la
manera siguiente: “generalmente, los recuerdos se graban en todo
el cerebro, de tal
modo que la información concerniente a un objeto o cualidad dado
no queda almacenada
en ninguna célula en particular ni en ninguna parte localizada
en el cerebro,
sino más bien que toda la información queda envuelta en la
totalidad del cerebro”
(Wilber et al., 2001). De acuerdo con Pribram este
almacenamiento se asemeja a
un holograma en su función, pero su estructura es mucho más
compleja.
La investigación y la teoría de Pribram abarca un amplio
espectro de la conciencia
humana: el aprendizaje y los trastornos de aprendizaje, la
imaginación, el
significado, la percepción y las llamadas paradojas de la
función del cerebro. En
este sentido da cuenta de lo que denominamos percepción normal;
y al mismo
tiempo, interpreta las experiencias paranormales y
transcendentales como parte
de la naturaleza, quitándole el rotulo de sobrenatural.
Esta nueva perspectiva tiene significativas implicaciones en
cualquier ámbito
de la ciencia, así como de la vida humana; en tal sentido
diremos con Martínez
(2004, 2012), que con los nuevos avances de la neurociencia se
abre un camino de
posibilidades ilimitado, tanto en la comprensión del hombre, su
relación con el mundo
de lo tangible y de lo intangible, como en sus efectos
inmediatos en el nacimiento
de un nuevo paradigma que abarcaría todas las ciencias. Se abre,
así, una brecha desde
la neurociencia, que bien pueden servir para proponer
actividades aprendizaje que
constituyan un estimulo a la creatividad en el quehacer
investigativo.
En ese mismo sentido, y muy vinculado con la intuición, en tanto
posibilita
el uso de la misma, nos encontramos con el constructo de libre
albedrío; Wolpaw
(2002), esgrime que los procesos que conducen a la formación de
la autoconciencia,
y que se dan en la conexión entre los circuitos internos
sociodependientes con
el denominado “exocerebro” están representado en la cantidad de
símbolos que
circulan en la cultura y que permiten “concebir” los objetos, a
diferencia de los
signos y señales, que sólo los anuncian.
Es relevante, porque Bartra (2011) cree encontrar allí el germen
del libre albedrío,
al que considera que sólo tiene una representación minúscula en
el total
de la conducta. Aunque el denominado “libre albedrío” sólo tenga
una participación
cuantitativamente minúscula en la conformación de la conducta
total, su
peso específico en la organización de la subjetividad es enorme
y fundamental
(Rojas, Portilla–Geada, Mobilli, Martínez y Araujo, 2012). De
alguna manera
podríamos verlo como el vértice de los procesos de creatividad
que conducen a la
expresión de la subjetividad (Bartra, 2011).
Por encima de los hábitos y estereotipias comportamentales,
alojadas como
representaciones globales previas en la estructura cerebral, se
encuentran procesos
que se conciertan mucho más lentamente y que consisten en
contrastar dichas
representaciones, incluso cuando son contradictorias y guardan
relaciones tensas
entre sí (Changeux, 2005). Es posible que un proceso de esta
naturaleza se cum-
pla en Pablo Neruda cuando logra imágenes de alta factura
poética, como por
ejemplo: “diamante líquido”.
Pero no solo en la literatura podemos encontrarnos con ejemplos
como
éste, lo que se sostiene en esta reflexión es que la intuición y
la creatividad desde el
libre albedrío puede representar una danza en donde los
bailarines están conectados
con el producto independientemente de lo significativo que pueda
ser cada
movimiento, y aun así debe ser articulado para generar los
movimientos complejos
y al mismo tiempo sencillos que preceden a todo acto creativo.
Beatriz Carolina
Carvajal
Telos Vol. 15, No.
1 (2013) 77 - 90
2 La sincronicidad a la cual C. G. Jung (1989) alude como
relaciones sincrónicas, es decir
aquéllas que nos permiten actuar y “presentir” acontecimientos
lejanos- en el tiempo y
espacio conocido- de los cuales no estamos conscientes; es el
darse cuenta de la ocurrencia
de un acontecimiento, sin que éste se haya materializado.
3 Como dato referencial acotaremos al lector que este
neurocirujano e investigador es
amigo del maestro occidental Alan Watts, y del físico David
Bohm, quien a su vez, es
amigo de
Kirshnamurti y antiguo colaborador de Albert Einstein.
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