jueves, 14 de agosto de 2014

La dualidad del pensador y el pensamiento


Cuando usted observa algo, un árbol, a su esposa, a sus hijos, a su vecino, las estrellas en la noche, la luz sobre las aguas, el pájaro en el cielo, cualquier cosa, está siempre el observador -el censor, el pensador, el experimentador, el buscador- y está la cosa que el observador observa, o sea, están el observador y lo observado, el pensador y el pensamiento. Así pues, hay siempre una división. Esta división es tiempo. Es la esencia misma del conflicto. Y cuando hay conflicto, hay contradicción. Existen «el observador y lo observado»; eso es una contradicción, hay una separación. En consecuencia, donde hay contradicción hay conflicto. Y cuando hay conflicto, está siempre la urgencia de trascenderlo, conquistarlo, superarlo, escapar de él, hacer algo a su respecto; y toda esa actividad implica tiempo [...]. En tanto exista esta división, el tiempo proseguirá; y el tiempo es dolor.
Un hombre que quiere comprender la terminación del dolor, debe descubrir esta división, entenderla e ir más allá de la dualidad entre el pensador y el pensamiento, el experimentador y lo experimentado. Es decir, cuando hay una división entre el observador y lo observado, existe el tiempo; por lo tanto, no hay terminación del dolor. Entonces, ¿qué ha de hacer uno? ¿Comprende la pregunta? Veo que dentro de mí está siempre el observador observando, juzgando, censurando, aceptando, rechazando, disciplinando, controlando, moldeando. Ese observador, ese pensador es, obviamente, el resultado del pensamiento. Primero está el pensamiento; no el pensador, no el observador. Si no hubiera pensar en absoluto, no habría pensador ni observador; entonces habría tan sólo atención, completa, total atención.
                                                   Krishnamurti
                                  

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