Para descubrir la mente nueva, no sólo es necesario que comprendamos las respuestas del viejo cerebro, sino que también es indispensable que el viejo cerebro esté quieto. Debe estar activo pero quieto. ¿Entiende lo que estoy diciendo? ¡Mire, señor! Si usted quiere descubrir por sí mismo, de primera mano -no según lo que dice algún otro-, si hay una realidad, si existe una cosa como Dios -la palabra Dios no es el hecho-, su viejo cerebro, nutrido en una tradición, ya sea ésta anti-Dios o pro-Dios, en una cultura, en una influencia ambiental y propagandística, en siglos de afirmación social, ese viejo cerebro debe estar quieto. De lo contrario, sólo proyectará sus propias imágenes, sus propios conceptos y valores. Pero esos valores, esos conceptos, esas creencias son el resultado de lo que a usted le han dicho, o son el resultado de sus propias reacciones a lo que le han dicho; de modo que, inconscientemente, usted dice: «¡Ésta es mi experiencia!»
Tiene que cuestionar, pues, la verdadera validez de la experiencia, de su experiencia o de la experiencia ajena, no importa de quién sea. Así, mediante el cuestionar, investigar, interrogar, requerir, mirar, escuchar atentamente, el viejo cerebro se aquieta. Pero el cerebro no está dormido; se halla muy activo, aunque quieto. Ha llegado a esa quietud a través de la observación, de la investigación. Y para investigar, para observar, usted debe tener luz; la luz es su constante estado de alerta.
Krishnamurti
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